La tensión en la casa de los Korhan alcanza un nuevo nivel cuando Fuat, cargado de resentimiento y agotado por años de comparaciones, finalmente estalla contra su abuelo, Halis. Todo comienza durante la cena, cuando Fuat, visiblemente distante, se niega a comer. Halis no tarda en notar su actitud y, con su tono autoritario de siempre, le pregunta si no tiene respeto por la mesa y las tradiciones familiares. Pero Fuat, sin ganas de entrar en un juego de complacencia, responde de manera seca que simplemente no quiere cenar, lo que provoca la inmediata molestia de su abuelo.
Sin poder contener más su frustración, Fuat expresa su deseo de disfrutar de una cena fuera de casa con su esposa, al menos una vez por semana, algo que hasta ahora le ha estado prohibido. En su voz se nota la rabia acumulada, y sin filtro alguno, lanza una indirecta que golpea de lleno en la mesa: “Ferit y Seyran siempre están fuera”. La comparación con su hermano menor, el favorito de Halis, es evidente y genera un silencio tenso en la habitación.
Halis, al escuchar las palabras de su nieto, trata de mantenerse impasible, pero su paciencia se agota. Con un tono desafiante, le exige que diga lo que realmente siente, que no guarde nada más en su interior. Fuat, sin dudarlo, suelta la verdad que ha estado ocultando durante años: no quiere nada más que ser tratado igual que Ferit. “Eso es todo lo que pasa”, confiesa con una mezcla de dolor y resentimiento.
Pero el patriarca de los Korhan no está dispuesto a ceder. Con una mirada fría y calculadora, acusa a Fuat de estar celoso de su hermano. La afirmación es un golpe directo al orgullo de Fuat, quien, sintiéndose completamente desarmado, responde con una verdad que lleva años reprimiendo: “Conmigo no has tenido ni la mitad de la bondad ni tolerancia que con él”. Esas palabras resuenan en el comedor como una sentencia.
La reacción de Halis no se hace esperar. Enfurecido, le grita que es un desagradecido, minimizando el sufrimiento de su nieto con su habitual dureza. La reprimenda es tan severa que Fuat no puede soportarlo más y, completamente roto, comienza a llorar desconsoladamente. Su dolor es evidente, pero en lugar de mostrarle compasión, Halis le ordena con voz implacable que se quede en la mesa. “Te comerás la cena, aunque sea veneno”, sentencia con frialdad.
La escena es desgarradora. Fuat, devastado, se enfrenta a una verdad aún más cruel: por más que lo intente, para Halis, él siempre será invisible.